Forzado a elegir un bando, encuentro mi ser nuevamente en un crossroad de esos difíciles y trascendentales.
Qué bandos? Los que tienen hijos y los que no lo tienen. Veo aparecer alrededor mío, como honguitos en un jardín luego de una lluvia torrencial, hijos o futuros nacimientos por doquier. Primeros, segundos y hasta terceros nacimientos son comunicados a mí con una energía tan contundente que no puedo hacer más que responderles con la misma contundencia y alegría que ellos.
Estos comunicados van lenta pero irreversiblemente dividiendo mi círculo de amigos y conocidos en dos bandos claramente diferenciados. Y yo, automáticamente, siento la forzada compulsión por identificarme con uno u otro. Claramente, el bando ganador termina siendo para mi el de los que no tienen hijos.
Un hijo es una bendición y una carga. Te transforma, te eleva, te da un objetivo como humano, te llena de felicidad constante. Y te ata, esclaviza y te posterga. Flor de balance interno hay que hacer para definir como positivo el hecho de ser padre.
Pero encuentro una salida a esta dicotomía de bandos: y si transformo la ya casi anulada idea de ser padre en la más práctica noción de padrinazgo? Es un concepto interesante…tiene varias (ojo, no todas) las facetas de la paternalidad pero sin “La Responsabilidad” que termina siendo el gatillo de todas las ataduras, esclavitudes y postergaciones de ser papá. Aunque estimo que tarde o temprano, por mi forma de ser, terminaría haciéndome tanto o más responsable que un padrino.
Igual este tema me cansó realmente. Ser papá, no ser papá, quedar embarazado, endometrio, fecundación, espermatozoides, edad fértil, blablaba. Me rindo. De todas maneras ya somos muchos en esta Tierra, demasiados nacimientos sumados a demasiadas postergaciones de la muerte (o alargamiento de la vida, como quiera verse), cóctel nefasto de por sí para una naturaleza mucho más práctica que el egoísmo y vanidad humana.
Hoy por hoy, uno no tendría que tener más de un hijo la verdad, y eso debería ser sólo si fuera que la humanidad se estuviese extinguiendo y cada hijo fuera realmente un tesoro y un logro para la especie.
Cada hijo y cada segundo, tercer o más hijos son, en verdad, producto de una necesidad que no logro catalogar más allá de una cargada de narcisismo e individualismo. El traer hijos al mundo se ha culturizado mucho, volviéndolo una especie de premio o autoregalo para festejar con nuestro entorno y alejándolo de la necesidad básica que implica la reproducción: la perpetuación de la especie.
Mirada fría la mía sobre un hecho que hasta no hace tanto, miraba con el mismo entusiasmo y egoísmo que critico ahora. Es admirable cómo los martillazos que la vida te pega cada tanto cambian tu visión sobre las cosas. Más de uno me puede catalogar de resentido y amargo. Preferiría que miren como autocrítico y filoso observador al que la imposibilidad de engendrar un hijo le dio una mirada más calma y profunda sobre este trascendental hecho.
Además, somos más de 6 mil millones…no necesitamos perpetuar más nada. Ya hay muchos chicos sueltos, solos, tristes, malnutridos, maltratados, sin educación, sin futuro. Y que se le da a un hijo propio más que un hogar, felicidad, alimento, cariño y amor, educación y futuro? Bueno, le doy todo eso a ellos y así no sumo más peso a este ya desvencijado planeta.
…a todo esto, seamos autocríticos again…estoy yo REALMENTE preparado y con ganas de tener un hijo?
Ja! Qué pregunta marabunta…
No hay comentarios:
Publicar un comentario